Y de repente, sin aviso, un día te das cuenta cuánto extrañás Córdoba.
Si 16 años atrás alguien me hubiera dicho que iba a extrañar así me hubiera reído sin parar por un buen rato. No es que renegara de mis orígenes, pero en ese momento necesitaba partir, necesitaba cambiar mi presente con desesperación y la única manera que encontré de hacerlo fue poniendo 700 kms de distancia entre ese presente y yo.
Y hoy extraño. Mucho. Extraño la ciudad, los rincones familiares, las sierras, pero por sobretodo, extraño a mi familia, a mis amigos. O no exactamente; porque mi familia y mis amigos están ahí, siempre. Al teléfono, mail, Skype, Facebook, Twitter et al. Somos una familia tecnológica. Lo que extraño exactamente es la cotidianeidad. Extraño no estar para los asados de mi papá, para las escapadas a las sierras de mis hermanos, para los paseos espontáneos con Pablo, para un té con Juli, para charlar hasta quedar afónicas con Sole, para jugar al campamento de noche con sus niños, para reencontrarme con algunas amigas que hace demasiado que no veo. Eso, extraño no ser parte de todos sus días.
Sé que si viviera en Córdoba no estaríamos haciendo esas cosas todo el tiempo. El día a día de cada uno es igual de atareado no importa si es acá o allá. Pero extraño que suene el teléfono, y qué estás haciendo?, y nada, y vamos a almorzar a San Leonardo?, y dale, y te paso a buscar en 15 minutos. Y vamos. Eso.